jueves, 13 de febrero de 2014

Brokeback Mountain

Hace unos días pudimos disfrutar del tan cacareado, gracias a la maquinaria publicitaria del Teatro Real, estreno mundial de la ópera "Brokeback Mountain", y el disfrute no se refiere-por supuesto- al estreno en sí mismo, sino a la ópera. Como no somos críticos no vamos a entrar en esas cuestiones, de las que ya se han ocupado numerosos profesionales y otros que no lo son tanto, y como en anteriores ocasiones, aquí se trata solamente de transmitir emociones, sentimientos, impresiones de enamorados del arte y la belleza de las que por supuesto nos parece que la ópera forma parte.

 El título de dicha ópera nos resulta familiar a los amantes del cine, por la premiada película de Ang Lee, que cosechó varios Oscars. Se trata de una historia escrita por Annie Proulx, que también en este caso se ha hecho cargo del libreto; la música corre a cargo de Charles Wuorien. Quien pretenda comparar la película de Lee, con la ópera, se equivoca de medio a medio, son incomparables, ya que para empezar el lenguaje del cine y el teatro-y la ópera también es teatro- son distintos. 
La ópera nos muestra la historia de amor a través de los años, de dos hombres incapaces de enfrentarse a la comunidad en la que viven; su amor se gesta tras una borrachera mientras trabajan cuidando ovejas en la dura y agreste montaña Brokeback. Tras esto, su vida sigue por separado, se casan tienen hijos, no son felices; de vez en cuando se reencuentran y disfrutan durante unos días de su amor, regresando siempre de nuevo a Brokeback, como único lugar posible donde hacer posible su amor. 
A nuestro parecer, Brokeback, deja de ser una montaña donde perderse lejos de los ojos de los demás, para ser ese lugar donde somos enteramente nosotros, donde somos felices; ese lugar al que volver esperando serlo de nuevo, como único refugio de la intemperie que a diario nos rodea. La música de Wuorien, nos recuerda la de Schomberg o la de Berg, con historias también duras y difíciles de contar como esta, a la que tenemos poco acostumbrado el oído. La puesta en escena sencilla y bien resuelta, nos lleva al universo de Hopper, con sus luces, sus sombras y sus prosáicos y melancólicos personajes. 
El final, con unos acordes profundos y dolorosos, nos parte el corazón al contemplar a Ennis, alejándose para siempre y en soledad hacia su montaña, hacia ese lugar donde tantas veces fue feliz, reconociendo por fin su homosexualidad y jurando tras la muerte de Jack, que jamás habrá mas amor que el suyo.